A 3 bandasIrene González, Miguel Marina e Iker Lemos.
"Hide-and-seek"
Comisariada por Nerea Ubieto
11.04 - 16.05.2015
La búsqueda de un espacio en el que sentirnos cómodos es una constante en la vida de todo ser humano. Necesitamos unas paredes que nos acojan, un ambiente que nos inspire, un contexto propicio para forjar nuestra identidad y favorecer la realización de metas propias. Encontrar estas burbujas externas que nos reconcilian con la interioridad no es fácil, algunos nunca dejan de buscarlas; quizá porque para ellos la estabilidad exige ser móvil y una vez se han adaptado a un lugar concreto, urgen resetear. Otros sin embargo, se aferran a ciertos emplazamientos para que el resto de sus parcelas vitales funcionen, la casa se convierte en refugio, una circunstancia que puede tornarse peligrosa si la trinchera es permanente. De igual forma, los aislamientos mentales también pueden resultar un lastre. Acudir una y otra vez a los mismos escenarios que un día fueron significativos o traumáticos supone un claro recorte de la libertad del momento. El pasado nos marca de manera inevitable, pero debemos controlar la constancia de su reverberación para permitir el flujo natural del presente. Dicho de otra manera, los escondites -espaciales y mentales- necesarios para la reflexión y el despliegue de la intimidad, no tienen que impedirnos seguir buscando, por muy ventajoso que parezca quedarse donde se está. En su serie de pinturas en blanco y negro En la caverna de la infancia seguimos aterrados, Irene González representa espacios de la niñez que todavía seguimos visitando a menudo. Las jóvenes protagonistas habitan estancias, en ocasiones de apariencia indefinida, que pertenecen a un supuesto hogar. En la primera etapa de nuestra vida, la vivienda constituye un microclima en el que nos sentimos a salvo. Llegar al domicilio familiar significa encontrarse en un lugar seguro, placentero, alejado de la extrañeza y la inestabilidad del colegio. En él aprendemos a conocernos, generamos mundos propios e imaginamos otros muchos posibles. Teniendo en cuenta estos presupuestos, la casa en la obra de la artista es entendida como un espacio peculiar regido por sus propias reglas, donde las cosas suceden con un ritmo determinado y atienden a un porqué. El término caverna remite a lo íntimo y profundo de nuestro ser, pero también está relacionado con lo oscuro e inaccesible. El sitio que un día fue centro de juegos y sorpresas, también lo fue de miedos. Por eso, no solo volvemos a él para avivar los recuerdos, sino también cuando inconscientemente emergen nuestros temores. En aras de incrementar y predisponer nuevas experiencias es recomendable continuar a la caza de espacios de recogimiento o incluso de edificarlos con nuestros propios medios. Esta es la propuesta de Miguel Marina en su trabajo La cabaña, inspirado en el libro del filósofo inglés Henri David Thoreau, Walden. En el ensayo, Thoreau narra los dos años, dos meses y dos días que vivió en una cabaña construida por él mismo, cercana al lago que le da nombre al relato. Este proyecto de vida solitaria en el bosque, en el que es necesario reinventarse para sobrevivir, lleva a Marina a reflexionar sobre la necesidad de disponer de un lugar para la creación. El retiro propicia la meditación y por ende la apertura espiritual que alimenta nuestras ideas. La representación de la cabaña en sí, es tan solo una de las soluciones formales por las que ha optado el artista, pero en realidad el concepto está ligado a cualquier tipo de espacio que podamos considerar nuestro pequeño templo de pensamiento: un rincón alejado, una ventana, un paradero al aire libre, una habitación…La cuestión es encontrarse a uno mismo para poder proyectar hacia el exterior. El requerimiento de cambiar de ciudad en un periodo de tiempo bastante reducido es la razón que impulsa a Iker Lemos a plantear la necesidad metafórica de poseer un espacio portátil para poder transportarlo de un lugar a otro. Su obra Construcción nómada, es una suerte de caseta efímera que el artista identifica con su espacio personal. No importan las mudanzas que podamos experimentar, hay algo que siempre nos llevamos con nosotros: la intimidad de los ambientes. La imagen está teñida de tintes idílicos e incluso podría situarse en una ensoñación geográfica. Lo de menos es dónde este ubicado este habitáculo, podría estar flotando en la nada porque lo relevante es su consistencia y adaptabilidad. Las moradas tienen que proporcionarnos ese equilibrio interno en el que podernos refugiar a pesar del afuera; una reflexión implícita en el paisaje de Irene González perteneciente a su serie Espacios en espera. En el cuadro, una arquitectura geométrica surge de la niebla con firmeza y nos sugiere un resguardo seguro dentro de un mar de invisibilidad. Las obras muestran paraderos transitorios, escondites, como alude el título de la exposición. Sin embargo, se ha optado por el término del pasatiempo infantil en inglés, hide-and-sike, porque subraya la dualidad implícita en el juego de la vida, siempre pivotando entre la reflexión y la creación, la búsqueda y el encierro, la exploración y la espera. Por otro lado, los tres artistas comparten una preocupación por interrogar a la imagen a través de la pintura. Iker Lemos en Construcción nómada II deconstruye el tenderete previo en tres partes que, sin embargo, no se corresponden con la representación original. Irene González pinta habitaciones de la infancia, dotándolas de unos fondos negros casi abstractos, que cuestionan el recuerdo feliz que guardamos de ellos. Por último, el bosque que Miguel Marina titula Catedral, plantea hasta donde puede llegar nuestra mente cuando observa algo que no se corresponde con lo que nos dicen. Las lecturas que proporciona la pintura van mucho más allá de la representación que reconocemos inmediatamente. Puede que estén escondidas, pero es nuestro deber no rendirnos y rastrearlas. Exposición comisariada por Nerea Ubieto.
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